Plaster Casters: el mito groupie
El fenómeno groupie estalló a finales de los años sesenta del siglo XX. De pronto, brotaron cientos de mujeres que acechaban a los músicos de rock para acostarse con ellos y compartir las mieles del escenario. Aguardaban en la entrada de los conciertos, merodeaban en torno a los camerinos o montaban guardia ante la puerta de los hoteles donde pernoctaban los artistas. Eran cazadoras implacables que buscaban sexo con las estrellas del rock.El concepto groupie sólo se conocía hasta entonces en el mundillo underground. Se suele fechar su nacimiento en 1966, cuando la palabra aparece en una canción de Frank Zappa llamada Groupie Bang Bang. Otros defienden que el origen del vocablo procede de una columna musical que se publicaba por entonces en la revista Village Voice, pero su difusión planetaria se debe a un amplio reportaje que la revista Rolling Stone dedicó a estas mujeres en febrero de 1969.
Jimi Hendrix era uno de los dioses musicales de esa década. El guitarrista trató de arrojar luz sobre el arcano y explicó que “algunas personas las llaman groupies, pero yo prefiero el término electric ladies». Y añadió: “Mi disco Electric Ladyland va sobre ellas”. La portada y las canciones de este álbum publicado en 1968 forman parte de la historia del rock. Fue su último elepé en estudio. En la imagen aparecían 19 mujeres desnudas, toda una declaración de principios canallesca. El escándalo fue enorme y la discográfica cambió la portada del harén por un rostro en éxtasis de Hendrix.

Al guitarrista de Seattle no le molestó la permuta, que apenas afectaba a su vocación de mujeriego insaciable. Había compuesto Foxy Lady (1967), cuya letra dice “Sexy, sexy, sabes que eres una pequeña y guapa rompecorazones. Sexy, sabes que eres una pequeña y dulce creadora de amor, sexy. Quiero llevarte a mi casa, no te voy a hacer ningún daño, no. Tienes que ser toda mía, toda mía, oh, dama sexy. Te veo, donde está la acción, sexy. Me haces querer levantarme y, ah, gritar, sexy. Ah, nena, escúchame, he aclarado mis ideas, sí, me he cansado de malgastar todo mi precioso tiempo…”.
Otros titanes del rock también dedicaron composiciones a estas chicas. Los Rolling Stones publicaron Stray Cat Blues, también cosecha de 1968, cuya letra desvelaba el ardor de un hombre que deseaba a una groupie de 15 años y concluía: “No es asunto tan importante, no es un crimen capital”, impensable en estos tiempos de lo políticamente correcto.
También roza la apología pederasta la canción de Donovan titulada Young Girl Blues, sobre la historia de Jenny Boyd (hermana de la novia de George Harrison y Eric Clapton).
Algo más tarde los Beatles también hacían referencia a estos seres en She Came in Throught the Bathroom Window. Se dice que varias adolescentes entraron en la casa de Paul McCartney por la ventana del baño y robaron algunas fotografías. Otra versión de los hechos es que esta historia le sucedió a otro grupo y se la contaron a McCartney, quien la convirtió en un corte del inmortal Abbey Road.
Hendrix situaba en lo más alto de su estima a estas chavalas. “Sólo recuerdo una ciudad por sus chicas”, decía. “Están junto a ti, lavan tus calcetines e intentan que te sientas bien y tratan de que lo pases genial mientras sigas en la ciudad, porque saben que no te tienen para siempre. Antes los galantes eran los soldados, los que llegaban a la ciudad, se bebían el vino y se llevaban a las mujeres. Ahora son los músicos”, afirmaba. Cuenta la leyenda (en Hendrix todo es épico) que satisfizo plenamente a siete mujeres distintas en tres horas.
Son multitud los músicos que gozaron del descubrimiento. Richard Manuel, de The Band, repasaba las copias de polaroids que le pasaban los ayudantes del grupo para elegir a las chicas con las que compartiría fogosidades tras el concierto. En la película El Último Vals, de Martin Scorsese, sugiere que le interesaba más el encuentro con esas muchachas que la propia música, mientras guiñaba el ojo a la cámara. La pregunta que flota en el aire es si los músicos hubieran sido capaces de aguantar las giras extenuantes sin la complicidad de estas fans a medio camino entre el acoso y el cariño maternal.
Existen otros documentos filmados sobre esta labor hostigadora. Leonard Cohen se queda azorado en el documental Bird on a Wire mientras una mujer deslumbrante intenta cerrar un encuentro nocturno tras el concierto.
También Joe Cocker, en su gira Mad Dogs and the Englishmen, coquetea con ellas a la salida del autobús ante las cámaras.
Plaster Caster, if you wanna see my love just ask her
Pero si hay que destacar un único caso de groupies míticas, todos los testigos apuntarían a las Plaster Casters. Eran dos orgullosas muchachas de Chicago, Cynthia y Dianne, que iban de ciudad en ciudad en pos de las estrellas. Lo que las diferenciaba del resto fue su osadía en el esfuerzo por trascender del mero encuentro sexual y pisar el territorio artístico.

Su historia comenzó en 1964, mientras Cynthia Albritton estudiaba en la Universidad de Illinois. El profesor de arte encargó a sus estudiantes que fabricaran con yeso “algo sólido que pudiera mantener su forma”. Inmediatamente, en plena clase, tuvo la idea de hacer moldes con los penes de músicos, justo al cumplir 19 años. Empezó a esbozar su proyecto en un diario y cuando su madre católica localizó el escrito “me amenazó con un sacerdote y un psiquiatra”, recordó Cynthia. Al poco tiempo se asoció con Dianne, otra que tal bailaba, y comenzaron su carrera.
Fito Parra, batería de Canned Heat, en su biografía Living the Blues, recuerda así el modus operandi de las mozas: “Solían aparecer por tu hotel con su maletín equipado con las herramientas requeridas”. Y añade: “El procedimiento era el siguiente, una de las chicas te practicaba una felación mientras que la otra preparaba un recipiente de tamaño mediano con una combinación de elementos convertidos en una mezcla gelatinosa. Cuando alcanzabas el máximo tamaño y la mayor firmeza (bueno, esperabas que sucediera, pues todo el mundo te estaba esperando y esperaba su turno) hundías tu orgullo en la sustancia que se endurecía alrededor del miembro. Era como follarse una figura de lodo, decían algunos. Tan pronto como la mezcla comenzaba a endurecer debías sacarla del recipiente. Aun y cuando fueras un demente al que le gustara meterla en el lodo debías sacarla ya que si no lo hacías con prontitud se echaba a perder el molde. De inmediato, vaciaban el yeso, que al solidificarse era como se hacía la réplica exacta de tu majestuosa polla”.

Las Plaster Caster calculaban que “nos hemos acercado a unos 150 o 200 grupos de música. La mayoría de los casting se los hemos hecho a road managers. Los músicos nos lo prometen, pero no se atreven mucho. Imagino que son unos gallinas”.
Además de Hendrix (cuyo molde data del 25 de febrero de 1968), los atributos de otros maestros del rock pasaron por sus manos. Si la pieza del guitarrista es la de mayor tamaño de la colección, la más pequeña corresponde a Wayne Kramer, guitarrista de MC5, con unos cinco centímetros de longitud. Esos penes de los rockeros recordaban a las cabezas disecadas en un pabellón de caza. “De repente, Dianne y yo nos encontramos en el centro de atención de los medios de comunicación, más interesados en penes que en la motivación del rock and roll”, explicó escandalizada Cynthia. Ambas llegaron a fabricarse camisetas identificativas y tarjetas de visita; el boca a boca (nunca mejor dicho) hizo el resto.

Frank Zappa se quedó fascinado con estas mujeres. “Era lo más fantástico que había oído en mi vida”, explicó en Rolling Stone. Apreciaba su labor “artística y sociológica”, porque pensaba que la colección de falos que estaban completando “era como las estatuas erigidas en honor del Capitán Grant, pero con las estrellas de rock”. Zappa habló del caso con Eric Clapton y propuso a las chicas que se mudaran a Los Ángeles, incitados por el manager Herb Cohen, dispuesto a financiar cual mecenas estos trabajos, con la no mencionada intención de apropiarse de la colección de esculturas en cuanto se descuidaran las artistas. El turbio Cohen, también representante de Tom Waits, escondió tiempo después los penes de yeso y hubo pugna judicial por apoderarse de la colección. Los tribunales dilucidaron entre 1991 y 1994 a quien pertenecían los órganos viriles de los rockeros, coincidiendo con una subida imparable de la cotización de esa colección de penes. Cynthia Plaster Caster consiguió recuperar la propiedad del trabajo más relevante de su existencia. Ahora es posible comprar réplicas de los originales por 1.500 dólares la unidad.
Las Plaster Caster también aportaron su propia definición del término: “Una groupie es una persona que habitualmente se dedica a cazar grupos”, explicó Cynthia. Y añadía: “No importa si el acercamiento es para conseguir un autógrafo o irse a la cama con ellos o conocerlos. La mayoría de mis amigas son groupies”. Consiguieron enganchar a Jimmy Page (quizá el mayor conocedor de groupies de todos los tiempos), pero no pudieron llevarse el molde porque habían olvidado un ingrediente de su pasta.
También quedan huellas musicales de esta labor escultórica. El grupo neoyorquino Kiss dedicó a Cynthia Albritton su canción Plaster Caster, un homenaje que seguía la estela de Five Short Minutes, cantada por Jim Croce poco antes de fallecer en accidente de avión.
Curiosamente, muchas mujeres se pusieron a imitarlas en Chicago. “Se aprovechan de nuestra fama”, dijo, y se quejó de que las advenedizas estaban afectando a su reputación.
El fenómeno groupie duró poco tiempo. La industria rock se hizo mayor y convirtió a la mayoría de los músicos en seres inaccesibles al dictado de los intereses del mercado. Queda la leyenda de mujeres como las Plaster Casters, un mito que se acrecienta en estos tiempos de puritanismo que censura cualquier pezón ajeno al siglo XVI en las redes sociales.
Fascinante lo de las Plaster Casters y muy bien contado Mr Miguel Lopez. Gracias por el artículo, y a la espera de muchos mas